La protagonista de nuestra historia es una lotera muy novata pero muy profesional.
Era el año 1995 y a primera hora de la mañana de un viernes se presentó un cliente con un décimo del sorteo del jueves anterior con el propósito de cobrar el reintegro, que según el cliente, era el premio que tenía.
Estamos hablando de una época en la que no teníamos Internet, ni medios electrónicos para comprobar los premios como tenemos ahora. Había que esperar a que llegara la lista oficial en papel y comprobar manualmente el décimo.
Nuestra lotera novata, le dijo que no había recibido la lista y que no podía pagar el premio sin ella. El cliente insistió en que tenía el reintegro y que se lo pagara. Nuestra lotera volvió a decir que no y el cliente finalmente se fue enojado por no haber cobrado su premio. Y aunque había cumplido con su deber, la lotera se sintió incómoda por no haber podido pagar el premio al cliente.
A lo largo de la mañana del viernes llegó la lista en papel, la expuso al público y siguió atendiendo a la clientela y al resto de obligaciones que hay detrás del mostrador.
Y fue por la tarde cuando otro cliente mirando la lista famosa vio que tenía un décimo premiado con 1.000.000 de pesetas. Hubo nervios, alegría, enhorabuenas, dudas de qué había que hacer para cobrar ese premio, etc.
Cuando todo se serenó y pasaron los primeros nervios, nuestra lotera se dio cuenta de que el número que a primera hora había llevado el cliente que pretendía cobrar el reintegro (tanta insistencia había hecho que le memorizara), era el mismo que el del cliente que mirando la lista había visto que le había tocado esa otra cantidad de dinero.
¿Qué hacer ahora? ¿Dejar pasar la situación y tener la duda siempre de si habría cobrado correctamente el premio? ¿Intentar localizarle aun sabiendo lo complicado que podía ser explicar todo …?
Pudo su conciencia y su profesionalidad.
El hecho de llevar muchos años de cara al público (aunque no vendiendo lotería) junto con que hablamos de una ciudad pequeña, facilitó la tarea y después de unas cuantas llamadas de teléfono a unos y otros, dio con el cliente madrugador.
Y tal y como pensaba nuestra lotera novata, había cobrado el reintegro en otra administración de las llamadas veteranas, donde se lo habían pagado sin comprobar la lista oficial de papel, dando por buena la información del cliente.
Ahora quedaba otro escollo y era convencer al lotero veterano de que había cometido un error y entre sus reintegros que debía enviar a Loterías, en realidad tenía un premio superior.
Costó un poco de trabajo convencerle, pero finalmente accedió a comprobar los décimos y allí estaba el décimo agraciado en cuestión.
Y el final de la historia del premio es que el cliente recuperó su décimo y cobró su premio correspondiente. El lotero veterano evitó la sanción de Loterías por el error cometido y el descrédito por una negligencia. Y nuestra lotera se quedó con la conciencia tranquila por el trabajo bien hecho.
Y es que como dice el lema de esta casa, "cada cliente es único", pero cada lotero también.